Cine Camp: Cuando lo Malo se convierte en Bueno

En el diccionario Merriam-Webster el sustantivo "Camp" es definido -en una de sus acepciones- como "algo tan exageradamente artificial, afectado, inapropiado o pasado de moda que se considera divertido"; similarmente, "Kitsch" se considera "algo que apela al gusto popular o de poca cultura, y es a menudo de mala calidad". Ambos términos son habitualmente usados para referirse a aquellas películas elaboradas con grandes pretensiones que, por un motivo u otro, terminaron siendo de escasa índole pero altamente entretenidas de ver. En la mayoría de las ocasiones éstos filmes juntaron lo mejor del estudio implicado en su producción, tanto delante como detrás de la cámara, dispusieron de grandes o -al menos- saneados presupuestos, de potentes campañas publicitarias, y -por lo general- fracasaron en taquilla en medio de una feroz tormenta crítica. Muchos de ellos, sin embargo, han ido siendo apreciados con el paso de los años hasta el punto de convertirse en "obras de culto" con multitud de seguidores.

Tomemos como ejemplo tres títulos muy diferentes, de tres grandes estudios de Hollywood: Sincerely Yours (Sinceramente tuyo, 1955), distribuida por Warner Bros.; Valley of the Dolls (El valle de las muñecas, 1967), de 20th Century Fox; y The Adventurers (Los libertinos, 1969), una producción de AVCO Embassy Pictures distribuida por Paramount Pictures.


La primera en el tiempo, Sincerely Yours, tiene al gran Gordon Douglas como director, al igualmente grande William H. Clothier tras la cámara, a las hermosas Joanne Dru y Dorothy Malone delante de la misma, y al futuro novelista de éxito Irving Wallace como adaptador de una envejecida obra teatral -"The Silent Voice" (1914) de Jules Eckert Goodman- que ya había sido llevada al cine en otras tres ocasiones (en 1915, 1922 y 1932). Su principal protagonista, el celebérrimo Wladziu Valentino Liberace, fue todo un personaje en el mundo del espectáculo, una de esas figuras educadas en los círculos de la música clásica que encontraron su hueco interpretandóla -de acuerdo a sus palabras- "sin las partes aburridas" entre trajes de lentejuelas, plumas, pieles y joyas. Sus dotes actorales, sin embargo, dejaban mucho que desear y su interpretación afectada y afeminada no hicieron sino exagerar los defectos básicos de la trama y su puesta en escena, hasta el punto de hacer risibles las escenas de amor, de dolor o de triunfo. Si, además, se añade lo difícilmente asumible que hoy en día es que alguien -literalmente- espíe con binoculares a un niño en un parque como excusa argumental, se entenderá que éste filme sobre un pianista popular que quiere tocar en el Carnegie Hall, pero que tiene que enfrentarse a una repentina sordera, a la pérdida de su rica prometida, y a los amores ocultos de su secretaria personal, resulte tan descabellada y fuera de tono, como divertida y colorista.



Tras Valley of the Dolls estuvo el espectacular éxito popular de la novela de Jacqueline Susann, una actriz de segunda fila que había conocido de primera mano el intramundo de Hollywood y el abuso de barbitúricos como medio de trabajo. Producido con todo lujo de medios y apoyado en una enorme campaña mediática, el filme dirigido por Mark Robson funcionó como se esperaba en taquilla y tuvo todos los predicamentos para convertirse en un título de prestigio pero, sin embargo, se convirtió en uno de los más vilipendiados por la crítica y muchas de sus escenas y frases terminaron pasando a la posteridad como ejemplos perfectos de todo aquello que se define como "camp" y "kitsch". Baste recordar la sobreactuada interpretación de Patty Duke, que había ganado un Oscar por The Miracle Worker (El milagro de Ana Sullivan, 1962), con su secuencia final en el callejón del teatro a la cabeza, o el "artístico" filme francés del personaje de Sharon Tate, o los diálogos con constantes referencias sexistas y homófobas para entender hasta que punto una película que se pretende de calidad, termina siendo su reflejo más grotesco, pero fascinante y entretenido. Que la Fox aprendió de ella dió fue su falsa secuela, Beyond the Valley of the Dolls (El valle de los placeres, 1970), una producción de Russ Meyer que exageraba y parodiaba al máximo todo lo visto en el filme de Robson, una sátira llena de sexo y violencia que no dejó títere con cabeza.



Igual de desastrosa en su faceta artística, pero con un pésimo resultado en taquilla, resultó The Adventurers, que también adaptaba una novela de éxito de un autor de éxito -Harold Robbins-. Actores de renombre, entre ellos Olivia de Havilland, Ernest Borgnine y una bellísima Candice Bergen-, un director de nivel -Lewis Gilbert, que acababa de filmar su primer título para la saga Bond, You Only Live Twice (Sólo se vive dos veces, 1967)-, un director de fotografía tan prestigioso como Claude Renoir -sobrino de Jean y nieto de Auguste-, y un compositor tan conocido como el brasileño Antonio Carlos Jobim, no fueron suficientes para tapar las deficiencias de un guión repleto de situaciones comunes, secuencias de acción o violencia no bien filmadas, tramas paralelas poco interesantes y, sobre todo, una trama interminable que se sustentaba en el nulo atractivo de su personaje principal, el hijo de un asesinado diplomático sudamericano que se convertía en un playboy sin escrúpulos, interpretado muy pobremente por el yugoslavo Bekim Fehmiu, toda una estrella en su país pero, también, uno de los errores de casting más graves de los últimos 50 años.

Lo "Camp" no está sujeto sólo a décadas pretéritas. Basta con ver Showgirls (1995), Batman & Robin (1997) o Glitter (2001) para descubrir que "inadvertidamente" se siguen produciendo películas que cuanto más malas, más divertidas. Al fin y al cabo, también existe la "fast food" en el cine.

Comentarios

Entradas populares